PUESTO ORIGINALMENTE EL 18-4-2009
Segunda historia de dos. El libro Las cuatro después de medianoche. La primera El policia de la biblioteca trataba sobre la persuasión. Ahora es tema es la relación padre-hijo:
El perro de la polaroid.
Bienvenidos al cumpleaños de Kevin Delevan. Quince años y su familia
(papá, mamá y hermana menor Megan) le han preparado todo el paripé
habitual con tarta y todo eso que el chico ha de pasar hasta llegar al
momento que espera con ansia: los regalos, uno en particular la Sun 660,
una cámara de fotos Polaroid.
Como es muy agradecido, la primera foto quiere hacérsela a los que le
han otorgado tan deseado presente. Flash, papel fuera, y todos rodeando
la foto mientras se impresiona. Lo que vieron al aparecer la imagen fue
lo bastante raro para que al sobresaltarse el señor Delevan tirara al
suelo la cámara sin querer, que estaba al borde de la mesa. Una serie de
catastróficos hechos de causa-efecto en medio segundo acabó con varios
accidentes y golpes cómicos en los que Meg y la tarta se llevaron la
peor parte. Superados los accidentes, un rato después sobre la mesilla
contemplan el montoncito de fotos que han sacado para comprobar el
extraño hecho: todas las fotos son iguales, pero no muestran lo que se
veía en el visor la primera vez que se utilizó. En cada foto lo que se
ve es la fachada de una casa, parte frontal, desde el otro lado de la
calle. Se ve la valla de estacas, la acera, algo de carretera, y en una
esquina una sombra con forma de animalejo que en cada foto avanza hacia
el centro y luego hacia el fotógrafo que debe estar delante de la casa
tomando esa foto. Y cada vez el perro (resulta que es eso) es más grande
y se advierten las peores intenciones.
Kevin le dijo a papá que quiere pensar unos días qué hacer con una
cámara tan inútil, que sea donde sea el lugar donde se dispare, aunque
sea en interiores (la mayoría de las fotos hechas hasta ahora ha sido en
el salón familiar) simpre sale la misma imagen, bueno casi que el
chucho sigue avanzando. Pueden devolver la Polaroid, pero a Kevin se le
ha ocurrido una idea: consultar a alguien experto en temas poco
convencionales, por así decirlo. ¿Y quién mejor que Papi Merrill, ese
señor de la tienda Emporium Gallorium, de trastos y antigüedades?. Un
tipo con aspecto de viejo científico que ha estado presente en un par de
obras anteriores de Stephen King, y ya le conocemos sus trapicheos de
vendechuflas y negocios semi-ilegales. Esto no lo sabe el joven Kevin,
ni tampoco sabe que su padre, el señor Delevan el perfecto pater familia
de reputación intachable tuvo hace años un asunto con el viejo Merrill,
en el que un préstamo de altos intereses salvó de una buena al señor
delevan. No hay que apostar sobre deportes sin saber, eso es lo que
quiero decir.
Kevin entra en la tienda y hace partícipe del misterio al señor Merrill,
que en seguida planea en su mente como hacer negocio y también la forma
de llevar el asunto para que el joven no se entere. Tiene una lista de
personas que creen en fenómenos paranormales, y las irá visitando con la
cámara para que vean las aptitudes de la Polaroid con sus ojos. Por una
razón u otra todos le dan largas, porque una cosa así lo más lógico es
que sea un timo o un error. Afortunados ellos, desgraciados Papi Merrill
y Kevin que han pasado más de un día con la maldita Polaroid, o
Polaroid maldita que provoca el mismo efecto que el anillo de Tolkien o el Red Bull:
adicción. Por eso el viejo timador hizo un cambio con otra cámara igual
sin que se dieran cuenta los Delevan, y ahora es él el gollum que no
para de sacar fotos (incluso en estado de sonambulismo) y el perro de la
imagen que está ya muy cerca, a punto de saltar y agredir al virtual
fotógrafo. Sólo hay un detalle que si Merrill creyera le preocuparía
mucho, la teoría de Kevin de que el perro saltará a nuestro mundo real y
con su aspecto cada vez más monstruoso a quien se cargará será a los
presentes...
No hay comentarios:
Publicar un comentario